Me gusta el invierno. No sé por qué es, exactamente. Tal vez es porque nací en invierno.
El día que yo nací no brillaban estrellas singulares y esas cosas poéticas. El día que yo nací hacía frio y caía aguanieve de forma constante. Eso es lo que dice mi padre.
Así que, aunque muy tardío, nací en un día de invierno.
El invierno me ilusiona. Especialmentre entre diciembre y febrero. Me gusta poder disfrutar de las noches oscuras pero cristalinas. Los cielos de obsidiana y ágata azul.
Las lunas de invierno siempre me han parecido más grandes, más brillantes, más seguras.
Me gustan los amaneceres de invierno. Esos días en los que cuando salgo de casa aún es noche cerrada y que mientras camino hacia el trabajo veo cambiar el mundo.
Cuando está a punto de amanecer, especialmente en invierno, el cielo se llena de luz. Colores preciosos, mágicos, totalmente imposibles de reproducir, de retener. Y después, cuando el cielo torna a miel y fuego... entonces esos colores llueven sobre la tierra. Y todo parece gris, azulado, plateado. Como si sonriera melancólicamente.
En ese momento es cuando más me gusta el invierno.